Hace 162 años se cubrieron de gloria los bravos cadetes de Chapultepec al escribir una de las más brillantes páginas de luchas libertadoras en nuestra Gloriosa Historia Nacional.
Los legendarios Aguiluchos, aún en el embrión de la vida, en la cumbre gloriosa de Chapultepec, supieron inmolarse en aras del deber. Allí están todavía los centenarios “ahuehuetes” como testigos mudos, pero elocuentes, de la gloriosa acción del 13 de septiembre de 1847; allí están aún esos árboles sagrados sosteniéndose bajo el impulso vivificador de la sangre de los niños mártires.
Todos aquellos que mueren por la Patria merecen que las generaciones presentes y futuras les tributen un sincero homenaje reverente a su memoria.
Son las hazañas épicas de los que han sabido defender la integridad y el decoro nacional, hasta incluso ofrendando la vida, los que forjan patrias inmortales.
En esta ocasión, en que se revive la epopeya de los Niños Héroes; en esta fecha conmemorativa, de cuando legaron a la Patria su más bello poema de inmortalidad, pasamos lista de asistencia los nombres gloriosos de:
Juan de la Barrera, Juan Escutia, Vicente Suárez, Agustín Melgar, Francisco Márquez y Fernando Montes de Oca, prototipos del honor y orgullo militar, para que sirvan de ejemplo y de modelo a todas las generaciones presentes y venideras.
Nuestro país, MÉXICO, tiene un gran privilegio, y ese privilegio es el de vivir bajo una Constitución, aún con todos los problemas políticos y económicos que tenemos, bajo una democracia y de un pueblo dirigiendo soberanamente su propio destino.
Quisiera expresar, quizás, uno de los sentimientos más fervorosos de veneración, de admiración y de gran respeto que hemos albergado en nuestra mente: nuestros sentimientos de orgullo y gratitud hacia los Niños Héroes de Chapultepec. Esos Niños Héroes cuyo espíritu indómito va reencarnado en la juventud mexicana, es decir, que nos enaltece poseer una de las fortunas espirituales que ninguna juventud haya poseído en el mundo, ese es el ejemplo extraordinario que legaron los Niños Héroes.
Todos los años, el 13 de septiembre, me parece verlos caer envueltos en nuestro lábaro patrio y ascender al cielo, para así convertirse en estrellas en el extenso firmamento guiando siempre el decoro y la dignidad de nuestro pueblo: el pueblo mexicano.
Admiro profundamente a los Niños Héroes, porque pertenecen a México, pertenecen a América y pertenecen al mundo, porque cayeron luchando contra un imperialismo que ha puesto sobre toda América sus “garras”.
Cuando recordemos la gesta heroica del 13 de septiembre de 1847, aquellos que osaron una vez poner sus plantas en tierra mexicana deben entender que aquella guerra no fue una lucha perdida para México, sino una guerra ganada para la dignidad de nuestra amadísima patria.
Y para concluir, sólo nos resta hacer profesión de fe en el destino de México. Quien tiene un ideal, la vida no le importa, la muerte la toma como medio para la defensa del honor; no le importa gastarse en la lucha como un aerolito cuando se adentra a la Tierra atravesando la resistencia de la atmósfera. Quien siente-repetimos-un ideal, no le importa la falta de comprensión, si por lo mucho que ambicionan unos cuantos, es que disfrutan algo todos.
Los legendarios Aguiluchos, aún en el embrión de la vida, en la cumbre gloriosa de Chapultepec, supieron inmolarse en aras del deber. Allí están todavía los centenarios “ahuehuetes” como testigos mudos, pero elocuentes, de la gloriosa acción del 13 de septiembre de 1847; allí están aún esos árboles sagrados sosteniéndose bajo el impulso vivificador de la sangre de los niños mártires.
Todos aquellos que mueren por la Patria merecen que las generaciones presentes y futuras les tributen un sincero homenaje reverente a su memoria.
Son las hazañas épicas de los que han sabido defender la integridad y el decoro nacional, hasta incluso ofrendando la vida, los que forjan patrias inmortales.
En esta ocasión, en que se revive la epopeya de los Niños Héroes; en esta fecha conmemorativa, de cuando legaron a la Patria su más bello poema de inmortalidad, pasamos lista de asistencia los nombres gloriosos de:
Juan de la Barrera, Juan Escutia, Vicente Suárez, Agustín Melgar, Francisco Márquez y Fernando Montes de Oca, prototipos del honor y orgullo militar, para que sirvan de ejemplo y de modelo a todas las generaciones presentes y venideras.
Nuestro país, MÉXICO, tiene un gran privilegio, y ese privilegio es el de vivir bajo una Constitución, aún con todos los problemas políticos y económicos que tenemos, bajo una democracia y de un pueblo dirigiendo soberanamente su propio destino.
Quisiera expresar, quizás, uno de los sentimientos más fervorosos de veneración, de admiración y de gran respeto que hemos albergado en nuestra mente: nuestros sentimientos de orgullo y gratitud hacia los Niños Héroes de Chapultepec. Esos Niños Héroes cuyo espíritu indómito va reencarnado en la juventud mexicana, es decir, que nos enaltece poseer una de las fortunas espirituales que ninguna juventud haya poseído en el mundo, ese es el ejemplo extraordinario que legaron los Niños Héroes.
Todos los años, el 13 de septiembre, me parece verlos caer envueltos en nuestro lábaro patrio y ascender al cielo, para así convertirse en estrellas en el extenso firmamento guiando siempre el decoro y la dignidad de nuestro pueblo: el pueblo mexicano.
Admiro profundamente a los Niños Héroes, porque pertenecen a México, pertenecen a América y pertenecen al mundo, porque cayeron luchando contra un imperialismo que ha puesto sobre toda América sus “garras”.
Cuando recordemos la gesta heroica del 13 de septiembre de 1847, aquellos que osaron una vez poner sus plantas en tierra mexicana deben entender que aquella guerra no fue una lucha perdida para México, sino una guerra ganada para la dignidad de nuestra amadísima patria.
Y para concluir, sólo nos resta hacer profesión de fe en el destino de México. Quien tiene un ideal, la vida no le importa, la muerte la toma como medio para la defensa del honor; no le importa gastarse en la lucha como un aerolito cuando se adentra a la Tierra atravesando la resistencia de la atmósfera. Quien siente-repetimos-un ideal, no le importa la falta de comprensión, si por lo mucho que ambicionan unos cuantos, es que disfrutan algo todos.
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