El camino cuaresmal ha llegado no a su fin, sino a su momento culminante. Hoy, contemplamos a Cristo resucitado vencedor del sufrimiento, la violencia y la muerte. Él nos promete una vida nueva a todos aquellos que lo buscan y creen en Él. En realidad, vale la pena creer. Nadie se sentirá defraudado como no se sintieron defraudadas aquellas mujeres que «fueron a la tumba con perfumes y ungüentos» (Lc 24,1).
Al recordar este noble gesto de las mujeres de las que nos habla San Lucas, nos corresponde ahora a nosotros ofrecerle a Jesús resucitado los perfumes y ungüentos de una vida de generosidad, responsabilidad, honestidad, alegría, superación y caridad, teniendo en cuenta una verdad importantísima y siempre actual: «Aquel que resucitó a Jesús, nos resucitará también» (I Cor. 6,14).
En medio de la violencia, inseguridad, difícil situación económica, falta de trabajo, enfermedades y dolores, fácilmente podemos caer en el desaliento y no ver más allá de nuestro entorno inmediato. Dejemos resonar en nuestros corazones aquellas palabras que encontramos en San Lucas 24,25: “¿por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” Es una llamada a buscar la respuesta a nuestras angustias, temores e inquietudes en Cristo resucitado, en el "aquí y ahora" del sufrimiento y dolor, en los momentos difíciles de nuestra historia personal, ante la creciente preocupación de que seamos rehenes del crimen organizado que amenaza con desestabilizar y llevar a nuestro país a vivir con temor, paralizado, impotente e incapaz de buscar alternativas viables para la paz, la justicia y el desarrollo.
Buscar la presencia del Resucitado en el “aquí y ahora” significa buscarla desde nuestra realidad, desde tu vida familiar, esforzándote por alimentarla con oración, lectura frecuente de la Biblia, diálogo, presencia, sacrificio, ternura, responsabilidad, fidelidad, evitando pleitos, de esos que a veces se dan por pequeñeces y tonterías; en fin, esforzarnos por mantener unida a nuestras familias, resucitando detalles y valores que han quedado sepultados por el polvo del olvido y de nuestras irresponsabilidades, por las pesadas rocas de nuestro egoísmo y desinterés, por nuestros desalientos, conformismos, pesimismos y mediocridades, por nuestra apatía e inmadurez. Hoy y siempre, debemos tener muy presente que “Aquel que resucitó a Jesús, nos resucitará también”.
Estamos celebrando a Cristo resucitado. Este gran acontecimiento, nunca lo olvidemos, nos enseña que cuando nos decidamos, todo podemos cambiar, que nuestras condiciones pueden mejorar, que nuestros proyectos pueden ser realidad, que la violencia no puede ser más que nosotros, que “verso a verso y golpe a golpe” (como dijera Antonio Machado) podemos construir la paz, una sociedad más segura, siempre y cuando nos acerquemos más a Jesús, camino, verdad y vida y tomemos con seriedad sus enseñanzas, pasemos de los rezos, devociones y palabras a los hechos, para que en él y con él, que es nuestra paz, como nos señalan nuestro Señores obispos en un reciente mensaje, “México tenga vida digna”. La resurrección es un triunfo de todos y conlleva la promesa que vale la pena luchar, y que un día todos tendremos un cuerpo glorioso semejante al suyo. Eso es lo importante y es lo que nos ayuda a seguir nuestro camino a la espera de encontrarnos con Él, como los discípulos de Emaús (Lc. 24,13-33). Y ojalá nosotros sepamos reconocerle de inmediato, nos alegremos y llevemos esta alegría a todos. ¡Feliz Pascua! ¡El Señor Jesús vive, ha resucitado!
Al recordar este noble gesto de las mujeres de las que nos habla San Lucas, nos corresponde ahora a nosotros ofrecerle a Jesús resucitado los perfumes y ungüentos de una vida de generosidad, responsabilidad, honestidad, alegría, superación y caridad, teniendo en cuenta una verdad importantísima y siempre actual: «Aquel que resucitó a Jesús, nos resucitará también» (I Cor. 6,14).
En medio de la violencia, inseguridad, difícil situación económica, falta de trabajo, enfermedades y dolores, fácilmente podemos caer en el desaliento y no ver más allá de nuestro entorno inmediato. Dejemos resonar en nuestros corazones aquellas palabras que encontramos en San Lucas 24,25: “¿por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” Es una llamada a buscar la respuesta a nuestras angustias, temores e inquietudes en Cristo resucitado, en el "aquí y ahora" del sufrimiento y dolor, en los momentos difíciles de nuestra historia personal, ante la creciente preocupación de que seamos rehenes del crimen organizado que amenaza con desestabilizar y llevar a nuestro país a vivir con temor, paralizado, impotente e incapaz de buscar alternativas viables para la paz, la justicia y el desarrollo.
Buscar la presencia del Resucitado en el “aquí y ahora” significa buscarla desde nuestra realidad, desde tu vida familiar, esforzándote por alimentarla con oración, lectura frecuente de la Biblia, diálogo, presencia, sacrificio, ternura, responsabilidad, fidelidad, evitando pleitos, de esos que a veces se dan por pequeñeces y tonterías; en fin, esforzarnos por mantener unida a nuestras familias, resucitando detalles y valores que han quedado sepultados por el polvo del olvido y de nuestras irresponsabilidades, por las pesadas rocas de nuestro egoísmo y desinterés, por nuestros desalientos, conformismos, pesimismos y mediocridades, por nuestra apatía e inmadurez. Hoy y siempre, debemos tener muy presente que “Aquel que resucitó a Jesús, nos resucitará también”.
Estamos celebrando a Cristo resucitado. Este gran acontecimiento, nunca lo olvidemos, nos enseña que cuando nos decidamos, todo podemos cambiar, que nuestras condiciones pueden mejorar, que nuestros proyectos pueden ser realidad, que la violencia no puede ser más que nosotros, que “verso a verso y golpe a golpe” (como dijera Antonio Machado) podemos construir la paz, una sociedad más segura, siempre y cuando nos acerquemos más a Jesús, camino, verdad y vida y tomemos con seriedad sus enseñanzas, pasemos de los rezos, devociones y palabras a los hechos, para que en él y con él, que es nuestra paz, como nos señalan nuestro Señores obispos en un reciente mensaje, “México tenga vida digna”. La resurrección es un triunfo de todos y conlleva la promesa que vale la pena luchar, y que un día todos tendremos un cuerpo glorioso semejante al suyo. Eso es lo importante y es lo que nos ayuda a seguir nuestro camino a la espera de encontrarnos con Él, como los discípulos de Emaús (Lc. 24,13-33). Y ojalá nosotros sepamos reconocerle de inmediato, nos alegremos y llevemos esta alegría a todos. ¡Feliz Pascua! ¡El Señor Jesús vive, ha resucitado!