Mensaje de pascua 2013.
SEAN SIEMPRE MUJERES Y HOMBRES
ALEGRES
Hermanas y hermanos: hemos
llegado al momento culminante de nuestro
caminar cuaresmal. Una cuaresma que estuvo marcada por la sorpresiva
renuncia del Papa Benedicto y la no menos sorpresiva elección del Papa
Francisco, que como sucesor 265 de Pedro, el pescador
apóstol, ha tomado el timón de la frágil barca de la iglesia para llevarla, con
la ayuda del resucitado, a puerto seguro,
aun en medio de tempestades. Recordemos
la conmovedora escena de la tempestad calmada
narrada por San Marcos en su
evangelio (4,35): “se levantó un gran
temporal y las olas se lanzaban contra la barca, que se iba llenando de agua.
Mientras tanto Jesús dormía en la popa. Los apóstoles lo despertaron
diciéndole: Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Jesús se encaró a la
tempestad y dijo al mar: Cállate,
enmudece. El viento se calmó y vino una gran bonanza. Después les dijo: ¿por qué son tan miedosos? ¿Aún no
tienen fe? “
En su mensaje del Domingo pasado,
el papa Francisco decía: “esta es la primera palabra que quisiera decirles: alegría. No sean nunca hombres y mujeres tristes:
un cristiano jamás puede serlo. Nunca se
dejen vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de
tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; que está
entre nosotros; nace del saber que, con él, nunca estamos solos, incluso en los
momentos difíciles, aun cuando el camino de la vida tropieza con problemas y
obstáculos que parecen insuperables, y ¡hay tantos! Y en este momento viene el
enemigo, viene el diablo, tantas veces disfrazado de ángel, e insidiosamente
nos dice su palabra. No le escuchen. Sigamos a Jesús. Nosotros acompañamos,
seguimos a Jesús, pero sobre todo sabemos que él nos acompaña y nos carga sobre
sus hombros: en esto reside nuestra alegría, la esperanza que hemos de llevar
en este mundo nuestro. Y, por favor, no
dejen que les roben la esperanza. Esa que nos da Jesús.
Por eso es
importante abrir de par en par las puertas de nuestro corazón
a Cristo. “No tengan miedo”, nos repetía incesantemente el Papa Juan
Pablo II desde el inicio de su pontificado
cuando nos invitaba a prepararnos para un nuevo milenio.
No pueden ser más oportunas estas
palabras sobre todo ahora que estamos celebrando el acontecimiento más grande
de nuestra fe: ¡Cristo resucitado! La fuente inagotable de vida,
de alegría y esperanza. Ciertamente la situación actual no deja de ser preocupante y no es como para
echar las campanas a vuelo. Hay
problemas de todo tipo y por doquier. Ya lo decía
San Pablo en su segunda carta a los corintios 4,7-9 :
“nos sentimos atribulados, más no angustiados; en apuros,
más no desesperados, perseguidos, más no desamparados; derribados, pero no
derrotados”.
La violencia
y la inseguridad, lejos de disminuir se ha incrementado. Son numerosos los
pueblos que viven en continuo sobresalto, angustia y terror por los secuestros
y extorsiones. La pobreza y el desempleo
están a la orden del día y sumergen a
millones de mexicanas y mexicanos en un mar de angustia y desesperación. El
deterioro del medio ambiente parece no tener solución ante la apatía e
indiferencia de la población. La depredación
de especies marinas en veda ha llegado a niveles preocupantes. La
drogadicción ha envuelto en su manto de muerte a niños y mujeres, a pobres y a ricos, a pescadores y
campesinos. Como sociedad hemos dejado
que una minoría de delincuentes y extorsionadores nos robe la tranquilidad, la paz, la
convivencia sana, la vida en familia, los espacios y momentos de
entretenimiento. Por mucho tiempo, nos
enterábamos de hechos violentos y le dábamos gracias a Dios porque en nuestro estado había paz y seguridad. Es
decir, en el fondo lo que expresamos no es otra cosa más que: “ese no es
mi problema” sino de los demás, de aquellos lugares y de
aquellas personas que se ven afectados directamente. Es decir, una tremenda,
irresponsable y cada vez más
frecuente actitud de apatía, indiferencia, falta de solidaridad y egoísmo, que han propiciado que el clima de
violencia e inseguridad haya llegado a niveles verdaderamente críticos y preocupantes. Para no quedarnos encerrados y paralizados
ante los problemas y dificultades de la vida
recordemos siempre que todos, sin
excepción, desde la fe en el resucitado,
tenemos que ser parte de la solución a los problemas que hoy afectan a una vasto sector de la sociedad. Hay muchas
personas que mientras el agua no les llegue al cuello no se interesan en unir
sus esfuerzos y recursos para resolver problemas. Pero eso sí, pegan el
grito cuando sus intereses, bienes y
familias se ven amenazados.
En el marco de estas fiestas del resucitado, es bueno recordar que a
ningún cristiano le
está permitido cruzarse de brazos,
quedarse en lamentos estériles,
limitarse a criticar, despotricar contra todos, quejarse de todos y por
todo, solamente con el pretexto cómodo y tonto de “para que meterse en
problemas”, “para que sudar calentura ajena”, “el que se mete de redentor sale
crucificado” No es con palabras, sino con hechos que broten de una profunda fe
en el resucitado, en Jesús de Nazareth que venció a la violencia, al odio y a
la muerte con amor y perdón, como
nosotros seremos capaces de hacer que la sonrisa vuelva a muchos
rostros, la alegría inunde los hogares, la seguridad regrese a nuestras calles
y ciudades, la paz desborde los corazones,
la convivencia fraterna vuelva a ser una
forma habitual de vivir del pueblo mexicano.
En su única visita pastoral a México el papa
Benedicto XVI en marzo de 2012, nos invitaba a un esfuerzo solidario, que permita a la sociedad
renovarse y a luchar todos y juntos para alcanzar una vida digna, justa y en paz
para todos. Para los católicos, esta contribución al bien común es también
una exigencia del evangelio. Por eso, la Iglesia exhorta a todos sus
fieles a ser también buenos ciudadanos, conscientes de su responsabilidad de
preocuparse por el bien de los demás, de todos, tanto en la esfera personal
como en los diversos sectores de la sociedad.
Que el triunfo de Cristo sobre el
pecado y la muerte llene nuestras vidas de alegría y paz, y nos ayude siempre a vivir de acuerdo a nuestra
condición de cristianos. No tengamos miedo. Cristo ha resucitado y vive entre
nosotros. Su presencia amorosa nos acompaña y sostiene en medio de las dificultades. Con
esta certeza en nuestros corazones ofrezcamos al mundo un testimonio alegre,
sereno y valiente de la vida nueva que brota del Evangelio.
La felicidad
que buscamos, la felicidad a la que
tenemos derecho, tiene un nombre, un
rostro: el de Jesús de Nazareth, oculto en la Eucaristía. Sólo él da
plenitud de vida a la humanidad. El papa
Benedicto al dirigirse a los jóvenes les
decía: "Quien deja entrar a Cristo en la propia vida no pierde nada, nada,
absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. Sólo con esta amistad se abren de par en par
las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes
potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo
que es bello y lo que nos libera". Estén plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de
hermoso y grande en ustedes, sino que lleva todo a la perfección para la gloria
de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo (24 de abril
2005)
Hermanas y
hermanos: estos días los invito a que se
esfuercen por servir sin reservas a
Cristo, cueste lo que cueste. El encuentro con Jesucristo resucitado nos permitirá gustar interiormente la alegría de
su presencia viva y vivificante, para proyectarla después en cada corazón en cada familia, y a todos los rincones de de nuestros
pueblos y ciudades. Y no se les olvide:
si en verdad creen en Cristo resucitado,
sean siempre mujeres y hombres alegres y compartan esta alegría con todos cada
día. Y por favor, mucho cuidado con los ladrones, no dejen que nadie les robe
nada, mucho menos la alegría.
¡ Felices
pascuas de resurrección ¡
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