sábado, 30 de marzo de 2013

MENSAJE DE PASCUA DEL PÁRROCO DE CHICXULUB LORENZO MEX JIMÉNEZ


Mensaje  de pascua 2013.
SEAN  SIEMPRE MUJERES Y HOMBRES ALEGRES
Hermanas y hermanos: hemos llegado al momento culminante de nuestro  caminar cuaresmal. Una cuaresma que estuvo marcada por la sorpresiva renuncia del Papa Benedicto y la no menos sorpresiva elección del Papa Francisco, que como sucesor 265  de  Pedro,  el  pescador apóstol, ha tomado el timón de la frágil barca de la iglesia para llevarla, con la ayuda del resucitado,  a puerto seguro,  aun en medio de tempestades.   Recordemos    la  conmovedora escena de la tempestad calmada narrada por  San Marcos en su evangelio  (4,35): “se levantó un gran temporal y las olas se lanzaban contra la barca, que se iba llenando de agua. Mientras tanto Jesús dormía en la popa. Los apóstoles lo despertaron diciéndole: Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Jesús se encaró a la tempestad y dijo  al mar: Cállate, enmudece. El viento se calmó y vino una gran bonanza. Después  les dijo: ¿por qué son tan miedosos? ¿Aún no tienen  fe? “ 
En su mensaje del Domingo pasado, el papa Francisco  decía: “esta es la primera palabra que quisiera decirles: alegría. No sean nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca se  dejen  vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; que está entre nosotros; nace del saber que, con él, nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles, aun cuando el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables, y ¡hay tantos! Y en este momento viene el enemigo, viene el diablo, tantas veces disfrazado de ángel, e insidiosamente nos dice su palabra. No le escuchen. Sigamos a Jesús. Nosotros acompañamos, seguimos a Jesús, pero sobre todo sabemos que él nos acompaña y nos carga sobre sus hombros: en esto reside nuestra alegría, la esperanza que hemos de llevar en este mundo nuestro. Y, por favor, no dejen que les roben  la esperanza.  Esa que nos da Jesús.
Por eso es importante  abrir  de par en par las puertas de nuestro corazón a Cristo. “No tengan  miedo”,   nos repetía incesantemente el Papa Juan Pablo II desde el inicio de su pontificado  cuando nos invitaba a prepararnos para un nuevo milenio.
No pueden ser más oportunas estas palabras sobre todo ahora que estamos celebrando el acontecimiento más grande de nuestra fe: ¡Cristo  resucitado! La fuente inagotable de vida, de alegría y esperanza. Ciertamente la situación actual  no deja de ser preocupante y no es como para echar las campanas a vuelo.  Hay problemas de todo tipo y  por doquier.  Ya lo decía  San Pablo en su  segunda  carta a los corintios  4,7-9 :  “nos sentimos  atribulados, más no angustiados; en apuros, más no desesperados, perseguidos, más no desamparados; derribados, pero no derrotados”. 
La violencia y la inseguridad, lejos de disminuir se ha incrementado. Son numerosos los pueblos que viven en continuo sobresalto, angustia y terror por los secuestros y extorsiones.  La pobreza y el desempleo están a la orden del día  y sumergen a millones de mexicanas y mexicanos en un mar de angustia y desesperación. El deterioro del medio ambiente parece no tener solución ante la apatía e indiferencia de la población. La depredación  de especies marinas en veda ha llegado a niveles preocupantes. La drogadicción ha envuelto en su manto de muerte a niños y  mujeres, a pobres y a ricos, a pescadores y campesinos.  Como sociedad hemos dejado que una minoría de delincuentes y extorsionadores  nos robe la tranquilidad, la paz, la convivencia sana, la vida en familia, los espacios y momentos de entretenimiento.  Por mucho tiempo, nos enterábamos de hechos violentos   y  le dábamos gracias a Dios porque  en nuestro estado había paz y seguridad. Es decir, en el fondo lo que expresamos no es otra cosa más que:  “ese no es  mi  problema”  sino de los demás, de aquellos lugares y de aquellas personas   que se ven  afectados directamente. Es decir,  una tremenda,  irresponsable  y cada vez más frecuente actitud  de  apatía,  indiferencia, falta de solidaridad y  egoísmo, que han propiciado que el  clima de  violencia e inseguridad  haya  llegado a niveles  verdaderamente críticos y preocupantes.  Para no quedarnos encerrados y paralizados ante los problemas y dificultades de la vida  recordemos siempre que  todos, sin excepción, desde la fe en el resucitado,  tenemos que ser parte de la solución a los problemas  que hoy afectan a  una vasto sector de la sociedad. Hay muchas personas que mientras el agua no les llegue al cuello no se interesan en unir sus esfuerzos y recursos para resolver problemas. Pero eso sí, pegan el grito  cuando sus intereses, bienes y familias se ven amenazados.  
                        
En el marco de estas fiestas del resucitado,  es bueno recordar  que   a ningún  cristiano  le  está permitido cruzarse de brazos,  quedarse en lamentos estériles,  limitarse a criticar, despotricar contra todos, quejarse de todos y por todo, solamente con el pretexto cómodo y tonto de “para que meterse en problemas”, “para que sudar calentura ajena”, “el que se mete de redentor sale crucificado” No es con palabras, sino con hechos que broten de una profunda fe en el resucitado, en Jesús de Nazareth que venció a la violencia, al odio y a la muerte con amor y perdón, como  nosotros seremos capaces de hacer que la sonrisa vuelva a muchos rostros, la alegría inunde los hogares, la seguridad regrese a nuestras calles y ciudades, la paz desborde  los corazones, la  convivencia fraterna vuelva a ser una forma habitual de vivir del pueblo mexicano. 

En su    única visita pastoral a México el papa Benedicto XVI  en marzo de 2012,  nos   invitaba  a un esfuerzo solidario, que permita a la sociedad renovarse     y a luchar  todos y juntos   para alcanzar una vida digna, justa y en paz para todos. Para los católicos, esta contribución al bien común es también una exigencia del  evangelio.  Por eso, la Iglesia exhorta a todos sus fieles a ser también buenos ciudadanos, conscientes de su responsabilidad de preocuparse por el bien de los demás, de todos, tanto en la esfera personal como en los diversos sectores de la sociedad.
Que el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte llene nuestras vidas  de alegría y paz, y nos  ayude siempre a vivir de acuerdo a nuestra condición de cristianos. No tengamos miedo. Cristo ha resucitado y vive entre nosotros. Su presencia amorosa nos acompaña y  sostiene en medio de las dificultades. Con esta certeza en nuestros corazones   ofrezcamos al mundo un testimonio alegre, sereno y valiente de la vida nueva que brota del Evangelio.
La felicidad que buscamos,   la felicidad    a la que tenemos  derecho, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazareth, oculto en la Eucaristía. Sólo él da plenitud de vida a la humanidad.  El papa Benedicto  al dirigirse a los jóvenes les decía: "Quien deja entrar a Cristo en la propia vida no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande.  Sólo con esta amistad se abren de par en par las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera". Estén  plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en ustedes, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo (24 de abril 2005)
Hermanas y hermanos: estos días los  invito a que se esfuercen  por servir sin reservas a Cristo, cueste lo que cueste. El encuentro con Jesucristo  resucitado nos  permitirá gustar interiormente la alegría de su presencia viva y vivificante, para  proyectarla después  en cada corazón   en cada familia,    y a todos los rincones de de nuestros pueblos  y ciudades. Y no se les olvide: si en verdad  creen en Cristo resucitado, sean siempre mujeres y hombres alegres y compartan esta alegría con todos cada día. Y por favor,  mucho cuidado  con los ladrones, no dejen que nadie les robe nada, mucho menos la alegría.
¡ Felices pascuas de resurrección ¡



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