Cuando La Revista Peninsular emprendió su viaje hace 21 años, sabía bien que la travesía sería larga, que en el trayecto habría que sortear vendavales inesperados en el horizonte y, sobre todo, que no habría tregua a la hora de buscar aguas tranquilas o un puerto seguro. Si de algo estábamos seguros era que tendríamos por Norte la única orientación de dirigirnos hacia nuevos horizontes, avanzar libremente, guiando las velas de esta nave, para solo crecernos ante las tempestades, surcando mares desconocidos. No nos equivocamos.
A lo largo de la primera década, cada edición de La Revista era como un alumbramiento: dolía como un parto, como solo lo saben las mujeres, fuertes, que nos traen al mundo. Cada ejemplar representaba un período de gestación, pero que viera la luz representaba otra proeza. Muchos de quienes nos acompañaron en esos primeros viajes lo saben bien, algunas veces salimos a la calle de milagro, pero salimos.
Transcurría septiembre, en plena temporada de huracanes, Gilberto ya había hecho lo suyo, en toda nuestra geografía, cuando decidimos levar anclas e izar velas, navegando con el destino, solo aprovisionados de una enorme fuerza de voluntad y de la tenacidad suficiente para no temer a lo desconocido. Eran los únicos respaldos seguros y durante años fueron el timón que guió la nave.
Venimos al mundo de la información dos semanas después de que el “huracán del siglo” dejara en 1988 profundas heridas en el sensible corazón de los habitantes de la Península.
Reza un testimonio en alguna edición que “a cuatro años de haber surgido, muy pocas personas pensaron, entonces, que habríamos de sobrevivir más allá de nueve o diez ediciones. Sin embargo, aquí estamos todavía, cuatro años después, cumpliendo semana a semana, cada viernes, con el compromiso irrenunciable que asumiéramos desde entonces. Hemos roto todos los pronósticos que nos auguraron una corta vida periodística. Hoy nos toca hacer un alto…”
Y es que desde entonces, las reflexiones en ese sentido y en ese tono se repetían con la misma línea: “casi imposible resulta navegar a mar abierta con la bandera blanca de la honradez y la lealtad, en lucha desigual con los innúmeros piratas y corsarios que infestan nuestros mares y que, enarbolando la bandera negra y amarilla de la rapiña y la crueldad, han intentado –continúan haciéndolo- caer sobre nosotros para someternos, acallarnos, hundirnos…”
Frases comunes de entonces reflejaban aquella realidad: “Estamos dando la batalla desde la trinchera donde se defienden los derechos de todos, principalmente de los desposeídos…” “Nuestra lucha es también, compromiso de la sociedad”.
Sin duda, en todo este tiempo las cosas han cambiado, la modernidad se impone y los medios de comunicación se abren paso en medio de mejores condiciones, ajenas y distantes a los tiempos que otros vivimos. Enhorabuena.
Historia
Nuestro fundador, don Eduardo Menéndez, asistido por unos amigos, cómplices de la aventura, empujaba con decisión el proyecto, con el enorme entusiasmo que siempre lo motivó y que, hasta el final de sus días, fueran el único alimento de su deseo por la obra realizada. Ahorros, capital guardado, una inversión en coparticipación, algún préstamo… fueron suficientes para arrancar… pero el chiste era otro: mantenerse.
Era el nacimiento de un proyecto editorial que, contra viento y marea, habría de seguir adelante, sin nunca imaginar que vencería dos décadas de trayectoria, como ya lo ha hecho, remando contracorriente, enfrentando casi siempre la incertidumbre, apenas recompensada por una que otra mar en calma, en tiempos menos difíciles.
Salimos una mañana de 1988 cuando la ciudad emprendía un apesadumbrado viaje de recuperación, asistido de unas autoridades que, dicho sea de paso, enfrentaban con dignidad los estragos apenas antes vistos por nuestros antepasados. No fue sencillo, nada lo es, siempre que uno lo quiera intentar. Aventuras van y vienen, publicaciones nacen y mueren, apenas reconocidas con el paso del tiempo.
Se dice fácil, La Revista Peninsular llega a su vigésimo primer aniversario, que en otro tiempo eran los suficientes para alcanzar la mayoría de edad, en medio de los grandes cambios sociales que ha registrado nuestro país. La península de Yucatán no es ajena, mas al contrario, es pieza importante de ese motor que ha movido las almas. En esta ciudad se han gestado movimientos importantes que permearon a todo el país.
La sociedad es la que, en su oportunidad, logró esa mayoría de edad para darse un cambio. Eso ha quedado inscrito en los anales de la historia y está plasmado en cada una de las primeras 500 ediciones que así lo detallaron.
Desde entonces, como hasta ahora, hemos dado nuestro cabal testimonio de lo ocurrido en cada intento que, en algún momento de nuestros primeros 10 años de vida, sufrimos a manos de la canalla, cuando de una y otra forma resentimos las agresiones propias de la barbarie. El México hostil, el de las golpizas, cedió finalmente ante la libertad de expresión, en un claro hecho de que la razón se impone sobre el garrote.
Registrados los hechos, pagadas las culpas y cerradas las heridas, La Revista Peninsular no guarda rencores; al contrario, agradece que con los escollos y los obstáculos, el camino de infortunios, sinuoso y áspero, nos sirvió como los toros se crecen al castigo, para aprender, para adquirir experiencia y, de ese modo, con mejores herramientas, continuar en la brega eterna.
Atrás quedaron las disputas, diferencias de opinión, la controversia o el encono; hemos dado vuelta a la página perdonando afrentas, ataques y amenazas; se han callado los excesos, incluso los que seguramente surgieron en nuestro ejercicio periodístico. Como miembros de una sociedad madura, que escogió el camino del diálogo, de la tolerancia, apuntando y consignando los hechos, La Revista ofrece sus páginas para que cada quien diga lo que piensa, lo que siente, lo que quiere, sin orientar o defender posturas, sin cerrarle a nadie el camino, o abonarle el terreno al otro. Hoy, 21 años después de haber zarpado del puerto, nuestras puertas están abiertas.
A lo largo de la primera década, cada edición de La Revista era como un alumbramiento: dolía como un parto, como solo lo saben las mujeres, fuertes, que nos traen al mundo. Cada ejemplar representaba un período de gestación, pero que viera la luz representaba otra proeza. Muchos de quienes nos acompañaron en esos primeros viajes lo saben bien, algunas veces salimos a la calle de milagro, pero salimos.
Transcurría septiembre, en plena temporada de huracanes, Gilberto ya había hecho lo suyo, en toda nuestra geografía, cuando decidimos levar anclas e izar velas, navegando con el destino, solo aprovisionados de una enorme fuerza de voluntad y de la tenacidad suficiente para no temer a lo desconocido. Eran los únicos respaldos seguros y durante años fueron el timón que guió la nave.
Venimos al mundo de la información dos semanas después de que el “huracán del siglo” dejara en 1988 profundas heridas en el sensible corazón de los habitantes de la Península.
Reza un testimonio en alguna edición que “a cuatro años de haber surgido, muy pocas personas pensaron, entonces, que habríamos de sobrevivir más allá de nueve o diez ediciones. Sin embargo, aquí estamos todavía, cuatro años después, cumpliendo semana a semana, cada viernes, con el compromiso irrenunciable que asumiéramos desde entonces. Hemos roto todos los pronósticos que nos auguraron una corta vida periodística. Hoy nos toca hacer un alto…”
Y es que desde entonces, las reflexiones en ese sentido y en ese tono se repetían con la misma línea: “casi imposible resulta navegar a mar abierta con la bandera blanca de la honradez y la lealtad, en lucha desigual con los innúmeros piratas y corsarios que infestan nuestros mares y que, enarbolando la bandera negra y amarilla de la rapiña y la crueldad, han intentado –continúan haciéndolo- caer sobre nosotros para someternos, acallarnos, hundirnos…”
Frases comunes de entonces reflejaban aquella realidad: “Estamos dando la batalla desde la trinchera donde se defienden los derechos de todos, principalmente de los desposeídos…” “Nuestra lucha es también, compromiso de la sociedad”.
Sin duda, en todo este tiempo las cosas han cambiado, la modernidad se impone y los medios de comunicación se abren paso en medio de mejores condiciones, ajenas y distantes a los tiempos que otros vivimos. Enhorabuena.
Historia
Nuestro fundador, don Eduardo Menéndez, asistido por unos amigos, cómplices de la aventura, empujaba con decisión el proyecto, con el enorme entusiasmo que siempre lo motivó y que, hasta el final de sus días, fueran el único alimento de su deseo por la obra realizada. Ahorros, capital guardado, una inversión en coparticipación, algún préstamo… fueron suficientes para arrancar… pero el chiste era otro: mantenerse.
Era el nacimiento de un proyecto editorial que, contra viento y marea, habría de seguir adelante, sin nunca imaginar que vencería dos décadas de trayectoria, como ya lo ha hecho, remando contracorriente, enfrentando casi siempre la incertidumbre, apenas recompensada por una que otra mar en calma, en tiempos menos difíciles.
Salimos una mañana de 1988 cuando la ciudad emprendía un apesadumbrado viaje de recuperación, asistido de unas autoridades que, dicho sea de paso, enfrentaban con dignidad los estragos apenas antes vistos por nuestros antepasados. No fue sencillo, nada lo es, siempre que uno lo quiera intentar. Aventuras van y vienen, publicaciones nacen y mueren, apenas reconocidas con el paso del tiempo.
Se dice fácil, La Revista Peninsular llega a su vigésimo primer aniversario, que en otro tiempo eran los suficientes para alcanzar la mayoría de edad, en medio de los grandes cambios sociales que ha registrado nuestro país. La península de Yucatán no es ajena, mas al contrario, es pieza importante de ese motor que ha movido las almas. En esta ciudad se han gestado movimientos importantes que permearon a todo el país.
La sociedad es la que, en su oportunidad, logró esa mayoría de edad para darse un cambio. Eso ha quedado inscrito en los anales de la historia y está plasmado en cada una de las primeras 500 ediciones que así lo detallaron.
Desde entonces, como hasta ahora, hemos dado nuestro cabal testimonio de lo ocurrido en cada intento que, en algún momento de nuestros primeros 10 años de vida, sufrimos a manos de la canalla, cuando de una y otra forma resentimos las agresiones propias de la barbarie. El México hostil, el de las golpizas, cedió finalmente ante la libertad de expresión, en un claro hecho de que la razón se impone sobre el garrote.
Registrados los hechos, pagadas las culpas y cerradas las heridas, La Revista Peninsular no guarda rencores; al contrario, agradece que con los escollos y los obstáculos, el camino de infortunios, sinuoso y áspero, nos sirvió como los toros se crecen al castigo, para aprender, para adquirir experiencia y, de ese modo, con mejores herramientas, continuar en la brega eterna.
Atrás quedaron las disputas, diferencias de opinión, la controversia o el encono; hemos dado vuelta a la página perdonando afrentas, ataques y amenazas; se han callado los excesos, incluso los que seguramente surgieron en nuestro ejercicio periodístico. Como miembros de una sociedad madura, que escogió el camino del diálogo, de la tolerancia, apuntando y consignando los hechos, La Revista ofrece sus páginas para que cada quien diga lo que piensa, lo que siente, lo que quiere, sin orientar o defender posturas, sin cerrarle a nadie el camino, o abonarle el terreno al otro. Hoy, 21 años después de haber zarpado del puerto, nuestras puertas están abiertas.
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