sábado, 8 de octubre de 2011

“Estoy feliz, mi vida es otra y voy a organizar una modesta fiesta…”



Tres días después de que recibió su casa en el fraccionamiento Campestre Flambonayes, la señora María Cob Chiclim se siente feliz en su nuevo hogar y afirma que su emoción y agradecimiento es tan grande que ya prepara un modesto convivio para los amigos del Instituto.
Este día, doña María empezó a recabar los números telefónicos de algunos trabajadores que la ayudaron a obtener su casa y también a trasladar sus modestas pertenencias, de la ciénega maloliente e insegura, a una de bloques y techo firme en el fraccionamiento.
“Aquí estoy preparando la comida: escabeche, para que les abra el apetito”, dijo, mientras movía la cuchara dentro de la olla, al tiempo que salía el olor envidiable de una cocina con sazón.
“Y esto no es nada, agregó, los voy a invitar a un convivio para celebrar que tengo mi nueva casa. Jaja. Por favor, escribe aquí tu número de teléfono…”. La mujer de 60 años, recién cumplidos, también fue invadida por una inmensa melancolía cuando recordó que hace poco, su hijo de 22 años, “se adelantó”. Ella llora en silencio.
Su esposo, el señor Benito Bacab, ya instaló un foco en la pieza principal de la vivienda y mañana irá a contratar el servicio de agua potable. Mientras tanto, los vecinos que, se han caracterizado por su amistad y solidaridad, le proporcionan agua. En su cuarto tiene varias cubetas llenas de agua que le sirven para el baño y la cocina.
Además, don Benito, un trabajador de mantenimiento de la Preparatoria Progreso, inició los acomodos de los muebles, niveló el patio y pronto va ha rellenar algunas partes del patio y del frente de su casa.
“Va a requerir algo de trabajo. Aquí tengo que llenar más y tengo que sembrar unos palos para señalar mi terreno”, dijo.
Don Benito recibe un salario de 1,500 pesos al mes en la escuela que trabaja, no tiene prestaciones, y, en algún momento de su vida, intentó hacer un préstamo para construir una pieza en la ciénega, pero ante su nuevo panorama de vida, las circunstancias y el tiempo lo han recompensado.
“Hacer una casita en la ciénaga me hubiera costado más de 15 mil pesos, o hasta 20 mil pesos, pero ahora, con solo aportar 3 mil, ya tengo una y más grande. Eso nadie te lo puede dar…gracias”, dijo con tanta naturalidad

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